Texto curatorial
Luego de casi 30 años tengo la oportunidad de escribir sobre
la obra pictórica de una compañera de estudios con quien en su momento
debatimos de más o menos las mismas cosas que hoy nos ponen en una situación
curatorial y expositiva. Digo más o menos porque los problemas del arte parecen
no cambiar tan drásticamente como uno pensaría, sobre todo en un escenario
doméstico donde las cuestiones teóricas y fundamentalmente técnicas atraviesan el
corpus de la labor del creador. Tanto ayer como hoy la angustia por no
dar precisamente en el blanco se ha convertido en el mecanismo de
autoproducción a partir de enfoques, eso sí, muy diferentes y hasta
antagónicos.
A pesar del juego de heterogeneidades que fundamentan la
estética del misterio desde donde miramos el fenómeno del arte, se presenta
como una verdad posible la simpleza de mirar o del mirar, porque a fin de
cuentas esa observación atenta al circunmundo vincula lo desvinculado, unas
veces al utilizar imágenes yuxtapuestas, otras por referencias inmersivas en
tono sacramental, pero de todos modos respuestas de viajes hacia el paisaje.
El paisaje aparece en la diana de la creación contemporánea
porque todavía preocupa la materia que lo conforma y digo materia para
referirme a cierta narrativa basada en la repitencia y la constante por ocupar
de forma indefinida los mismos recorridos, las mismas sensaciones en aras de
facilitar una cierta co-pertenencia, esto por la potencia del paisaje
convertido en crisol de experiencia. Entiendo el paisaje como una práctica de
recorte de mundo en escenas parecidas a pequeñas costelaciones donde aparece el
artista y el espacio.
En dicha relación de artista y espacio se construye una
determinada arquitectura con múltiples intensidades de codificación interior,
las cuales denotan circunstancias de identidad porque el construir tiene por
objeto habitar y como es sabido el ser humano es un operador de los espacios
que habita, se mueve con frenética actitud entre campos de fuerzas o bien
tensiones motivadas por efectos de creación. No sé si alcancé con lo mencionado
a definir lo que puede significar el paisaje recortado de la experiencia
pictórica, pero podría concluir que el paisaje como género del arte actual, se
considera el resultado de una particular habitación del espacio que genera
curvaturas y repercute en sus agentes.
La obra de María Cecilia Galindo Oñate es subsidiaria de una
profunda nostalgia por la idea del laboratorio, pero no en su uso como dinámica
de taller de artista extrapolado en procesos seudo cientificistas, sino en su
misma esencia de la comprobación tras la búsqueda de algún vestigio de verdad.
La artista pinta desde el origen de las cosas como si intentara por alguna
suerte de proceso enciclopédico, describir la génesis del universo de los tonos
para certificar cada trazo y cada gesto.
Dicha acción de transformación del fraseo del espacio pictórico da
cuenta de un profundo respeto por herencias y procesos del pasado,
meticulosamente extirpados en la nueva clínica de estudio en su taller,
circunscrito a la magnificencia del resplandor colorístico, siempre y cuando
responda con prontitud a los elementos de su huerta.
La artista se esfuerza por emparentar los tiempos de la
naturaleza con los tiempos del arte porque por su experiencia se ha dado cuenta
que se corresponden en iguales esperas y dedicadas jornadas de preparación. Sus
pinturas de paisajes florecen con los cromos de la fuerza de la tierra en
vertiginosos espectros de fascinación por lo mínimo, el grano, la sal, el
retoño, la vibración del magenta y el viridiano. Solo quienes se han sumergido
en sí mismos dentro de los diminutos descubrimientos de las horas del trabajo
del pintor saben lo importante de la verticalidad de sus descubrimientos, pues en
el arte no sólo se trata de cuestiones rizomáticas horizontales, sino de atractores
de crecimiento con la paciencia del germinador.
Hace falta detener la mirada sobre las coordenadas del
paisaje para mapear la botánica del dendrólogo que añora viajar, sumergirse sin
contratiempo en la lignificación del boceto que quiere ser pintura, del
bosquejo que se resiste a los determinismos de la pasta oleosa, porque todo en
pintura es emancipación constante, por una parte del artista, el cual desea la
pronta independencia de lo real para separar la consideración plástica de la
exactitud descriptiva y por otra parte de la pintura, que exige a gritos la
representación por acoplamiento simbiótico de líneas, manchas y apariencias. La
maestra Galindo expone sin resistencia la esencia misma de un laboratorio
acústico por excelencia, puesto que con sus pinturas nos permite agudizar
nuestras propias voces del interior, en urgentes llamados de conmoción sobre
nuestros círculos relacionales más próximos.
Oscar Salamanca
Herbolaria y viridiometro: El Laboratorio del paisaje en la Sabana extensa de Bogotá, el paisaje expandido.
Mi nombre es María Cecilia Galindo-Oñate, soy Artista plástica, y a través de estudios académicos de Maestría en Historia del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, he centrado mi atención en la historia urbana de la ciudad de Bogotá y la transformación de sus antiguas haciendas, fuente de alimentos, en los actuales barrios preindustriales desprovistos de espacios para cultivar, para observar.
En el tiempo que suelo dedicar a la observación de la ciudad, he construido una serie de tablas de color que permiten trabajar tonalidades más o menos saturadas de colores en pintura, para la representación del paisaje. He nombrado viridiometro, (viridis, del latin, verde) a este conjunto de mezclas de color, que orientan mi actividad como artista en el ejercicio de la pintura al aire libre y partiendo de modelos del natural.
Dentro de este lapso de investigación, en los fenómenos que la luz del día, tan variable, alteran sensores específicos como conos y bastoncillos de mis ojos, he determinado que lo que mi actividad desarrolla mientras observo, dibujo, mezclo y pinto es un pseudo laboratorio que tiene como tema el paisaje de la Sabana del río Bogotá. Este laboratorio cuenta por materiales de experimentación, pigmentos, aglutinantes y disolventes, que suelo usar para laborar sobre diversas calidades de soportes e imprimaciones. De aquí que sean estas dos palabras Laboratorio y paisaje, las que describen mi actividad como investigador. Soy dibujante de la topografía que recorro entre territorios andinos, en donde descubro, aprendo y cultivo plantas nativas. Estas plantas, fuente de aromas, de enlaces químicos y calidades físicas, que acompañan como arvenses los cultivos de pancoger en la Sabana extensa de Bogotá, son el objeto de estudio del viridiometro: pastizales, praderas, prados, potreros de elevaciones superiores a los 2.500 msnm.
noticia en Comunicaciones U.T.P
imágenes de la exposición