Daniel López, paisaje, óleo sobre tela |
El encuentro de la pintura no suele ser
un escenario amable o al menos suave frente a la crudeza que representa lo
aterrorizable del mundo. Con tanta situación agreste, con tanta dureza
alrededor, el arte asume lo terrorífico como una forma natural de su propio
ente, de su ser, ahora presentado como una violencia más en la realidad
violenta, quizá heredera de una época moderna ya lejana, casi invisible.
La pintura entonces comienza un proceso
de despojo progresivo: si antes había ganado con creces la verticalidad ahora
ella se acuesta hasta traslaparse entre la basura, la pisada, el escupitajo y
todo aquello que implique formas de desalojo.
Una pintura así totalmente desprovista de
recursos hieráticos o al menos heroicos no deja de causar extrañeza en vez de
enojos y desviaciones de apreciación tanto conceptual como técnica.
En las academias de arte la suciedad y el
abandono formal sobre las piezas artísticas parece ser un síntoma estético
precario no profundo pero si en respuesta a los términos medios generalizados:
mire a donde mire, las cosas no buscan lo profundo sino mantenerse en los
conceptos superficiales que logren el sino del empuje hacia delante.
El tiempo contemporáneo en que vivimos
nos ha demostrado que a él no le
interesa las situaciones de profundidad, mas por el contrario se esfuerza en
ubicar toda la fuerza del mensaje como lo dijimos antes en lo superficial y con
ello reforzar la sensación por lo mediocre a nivel general.
Lo mismo ocurre cuando , luego de
construir lo bello, accedemos a su destrucción intencionadamente desde
accidentalidades programadas, violentas apariciones ya definitorias. Es como si
conscientes de contener lo bello simplemente fuera atacado eso bello por el exceso
de vida organizada, orden y aspiración a lo superior implícito.
Hacemos arte desde el daño, la exposición
y la violencia, no tanto contra los sujetos así dichos sujetos se hallen
completamente objetivados, sino contra lo no definido, contra lo no esclarecido,
de su naturaleza.
En ese orden de ideas los paisajes
duramente pintados de Daniel López inyectan una atmosfera de la desidia si
tenemos en cuenta sus superficies como verdaderos campos de batalla de lo sucio
sobre puesto una y otra vez: pinta sobre formatos desbaratados por ingenuidad
con técnicas cargadas de tradición formal, la cual a su vez son atacadas con mugre.
La mugre en arte existe y mejor aún, la mugre
como arte aparece en lo inmanejable del descuido, Daniel López presenta un
conjunto de trabajos academicistas donde lo pictórico surge por el manejo de un
medio pastoso, cubriente con tiempos limitados y situaciones cromáticas construidas a partir de la valoración tonal. No obstante el
juicio al perseguir la luz en lo cambiante del paisaje, López da espacio a lo
fortuito cuando se para, arrastra el óleo, pisa la superficie, escupe de
fastidio su esclavitud para presentar un pobre escenario gráfico repleto de
arañazos, trazos sin dibujo, detritus de no saber cuidar lo bello, de no
comprender que la pintura ya no le pertenece más, que ella conforma el gigante
archivo de experiencia acumulada del arte.
Exposición "Los Inmodernos" Muro Líquido, biblioteca Jorge Roa Martínez, Universidad Tecnológica de Pereira en Colombia, Septiembre 2 al 1 de Octubre de 2014.
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