Caer hacia adelante significa en el lenguaje de la cultura y el arte de hoy dos cosas, a saber, una inminente inmersión con anclajes auto ejercitantes y aperturas en muchos sentidos.
Con las inmersiones,
los humanos tan dispuestos a vivir en la superficie, nos extrañamos ante la
invitación a realizar viajes en búsquedas con resorte estresante frente a la
pregunta de ¿quién soy yo? Se procuran muchas inmersiones aún con la sospecha por
la subjetividad, esa subjetividad cuyo fin último ha de ser su propia
objetivación. El problema de la inmersión hacia los territorios dendríticos del
atascamiento es que no se procura una guía de retorno, ese anhelado volver
sobre seguro, simplemente porque el arte de hoy responde al “ir hacia adelante”
anclado en la noción de reacción.
Cuesta un poco observar
que las prácticas artísticas de la reacción ofrezcan a quién se aventura a la
inmersión, del ir hacia adelante, únicamente la continuidad por la mirada baja,
o mejor, en bajada donde la imagen potente derivada sea la de la montaña rusa.
Es así que lo contemporáneo por querer mirarse hacia adentro como el ir hacia
adelante produce vértigo ante constantes caídas absolutas, refleja que hoy,
pasados varios siglos, sigue cobrando sentido la frase de Napoleón Bonaparte “se inicia, luego se verá”. Los artistas del
ir hacia adelante y por lo tanto del ir hacia abajo, se han convertido en
iniciadores que resuelven el problema de la creación en el camino, durante el
proceso, en ese “se verá”, donde la fortuna y la suerte de lo incierto
participa en su propia condición del ser arrojado, clave de ejercitación
antigua propia de la prueba y del error.
Precisamente sobre
la base de los símbolos es que operan las aperturas razonables de quienes los
usan, ya que los símbolos excluyen a aquellos que no saben explotarlos. Sobre
dicha base simbólica el ir hacia adelante produce aperturas basadas principalmente
en inseguridades desde las cuales el arte se empodera como el resultado de una
competencia artística en pro de sanar atascamientos, ubicar conflictos,
realizar eyecciones, impulsar con lo abyecto aquella impureza de lo que sale. El
arte de hoy se comporta con premisas de memorias inmediatas del hacer del siglo
pasado, un siglo XX fundado en la idea de la reparación, que, al fin de cuentas,
quiere significar un sentido ampliado de revisionismo frente a la idea de
progreso tristemente heredada del siglo XIX que hoy tanto daño hace, puesto que
ir hacia adelante como idea política del progreso no es sino grados de ángulos
de inclinación. Por este motivo, muchas de las obras de arte que tocan
situaciones o hacen rodeos circunstanciales, dependen de la toma de consciencia
sobre los aprietos de la existencia.
Las obras de Adrián
Estrada al parecer se ubican en la dirección correcta por querer ir hacia
adelante con el vértigo de la caída. Por lo tanto, se podría decir que es un
arte ferial, un arte de reacción siempre, cuyo propósito consiste en producir
aperturas, no sólo para su visión inclinada en ángulos, muchas veces virulentos
en niveles de torción políticos, sino compartidos por identidades narrativas
homoeróticas como efecto de posicionamiento generacional a partir de la fuerza
de ensoñación.
Existe una diferencia fundamental entre un arte ferial y un arte hecho para la feria, pues un arte ferial alude al grito, a ese chillido producido por artistas que viajan en máquinas cuyo fin consiste en procurar a sus usuarios experiencias de inmersión. Como viajeros de sí mismos montados en los rieles de su propia montaña rusa hacia adelante y hacia abajo, pero también hacia adentro, revisan panorámicas, imágenes de exclamación, gritos, señales que por sus efectos traducen el sentimiento de remoción. Un arte hecho para la feria, es solo moda al servicio del capital, cuyo fin consiste en ampliar lanzamientos de más fraudes, más desatinos, más ofertas, más disposición a los públicos de los que el mismo campo cultural pueda absorber.
La diferencia entre ambos mundos se encuentra en la
redistribución del alarido y de la selfie, donde, por supuesto, conviene de
sobremanera expiar el grito antes que entregarse a la decoración. Aquellos gritos
de emoción vertical producidos por nuestra maquinaria de autoproducción artística
conocidos por todos como expresión dominable son quizá, lo que más se acerca a
lo posmoderno, si entendemos por posmodernidad una época dedicada a reparar
heridas abiertas de las intuiciones otrora rotas, pero según las podemos estudiar
en la obra de Estrada, surgen a través de dinámicas fuentes de civilidad.
Oscar Salamanca
Obras
Arcano # 21 El mundo (acuarelas y tinta sobre papel), 2019
Adrián
Estrada Mejía Licenciado en Artes Visuales de la Universidad Tecnológica de
Pereira, Tecnólogo en diseño de producto, Ilustrador y profesor. He participado
en diversos proyectos de ilustración y muralismo en la ciudad de Medellín; y en
diferentes exposiciones de arte e ilustración en Medellín, Pereira, Bogotá y
Barcelona.
Como
artista e ilustrador pretendo crear imágenes que evoquen la vida cotidiana, no
solo como un mecanismo de autorreflexión, sino como una forma de comunicar y
visibilizar momentos, acontecimientos, sentimientos y emociones. Indago
constantemente temas como, lo esotérico, el amor y el sexo. para generar
propuestas artísticas con un sentido provocador, crítico y reflexivo. Me
apropio de estos conceptos para crear mis propias imágenes y contar otras
historias.
Es la vida tan hermosa, pero la sociedad no acepta
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