Hugo Grajales, intangibilidad gaseosa
Dentro del terreno de la fotografía
contemporánea existen múltiples vertientes de conceptualización que se dirigen
principalmente a repensar su función
como recorte, máquina, extensión, captura y laboratorio.
Las anteriores acepciones para
lo fotográfico corresponden a dinámicas de experimentación y juego desde donde
el creador instaura posibilidades de producción basadas en las nociones de
realidad y lo real.
Realidad podría entenderse como todo
aquello que vivimos y lo real como todo aquello que existe, ambas definiciones
rodean el problema de la afectación que tiene que ver con el manejo de lo
natural y la construcción de nueva naturaleza a partir del montaje y el
collage.
Tanto el montaje como el collage se
consideran sistemas de construcción con profunda resonancia en la manera como
organizamos y pensamos lo que deviene externo, en el proceso de percepción de
la imagen, así como de sus contextos.
El inmenso archivo de mundo al cual nos
exponemos a diario a través de imágenes recuerda dos cosas principalmente: que
vivimos en medio de una ironía de lo ciber, relación humano tecnología y que
nuestra mirada depende del fragmento.
La máquina resuelve lo fotográfico, es
decir, la cámara soluciona el proceso interno de realización del objeto
fotografía. La lente soluciona el recorte de mundo producto de la selección y
la fragmentación. El efecto fotográfico
se considera una extensión del ojo donde éste hace las veces de generador de
infinidad de ready mades (objetos encontrados). La captura produce retracciones
de tiempo y memorias inmediatas ( con cada toma se devuelve la lógica del
movimiento hacia delante y se instaura un giro “zeuístico[1]”).
El laboratorio convierte al ejecutante en un situacionista cínico con opciones
de superposición de experiencia, devoluciones y mezclas excesivas.
La fotografía de Hugo Grajales toma la
referencia del cuerpo como un espectro de sensación donde el movimiento, lo
telúrico, la indefinición ocupan un lugar
simbólico sobre los conceptos de realidad y lo real. La imagen se
desvanece en juegos de estratificación donde ejercita lo pictórico por
saturaciones tonales y mezclas incisivas del cuerpo humano sometido.
Quien ve de manera desprevenida las
fotografías de Grajales se imaginará la continuidad del movimiento contenido,
ahora libre en la escultura de los esclavos de Miguel Ángel; la velocidad
impresionante de las personas bajando por la escalera en los cuadros de
Duchamp; el ritmo frenético de las batallas en las pinturas grandilocuentes de
Rubens y posteriores alusiones ritualistas en los danzantes de Matisse o los
performances antropofágicos de Vito Acconci.
La fotografía deviene en la obra del
joven artista Grajales como una epopeya de puntuaciones historicistas desde un carácter
vernáculo y autoreferencial producto de una imagen desvanescente, aún
intangible, claramente etérea y gaseosa.
[1] Según el mito griego, Zeus, hijo de Cronos, preparó un brebaje
para que éste regurgitara a sus hermanos que se había tragado. Desde allí se
evidencia el orden de la dirección del mundo : Zeus hacia atrás y Cronos hacia
delante.
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