Como parte de los procesos de
investigación formativa en la Licenciatura en Artes Visuales que alimentan la
línea de investigación en arte contemporáneo, surgen interrogantes que atañen a
las tensiones entre la función del arte con diversas nociones de poder.
Aparecen entonces fuerzas que se dirigen
hacia lugares signados por el miedo, el momento justo de la desaparición, el
juego alegórico en clave crítica y la respuesta ante injusticias sociales,
culturales y económicas.
El papel del artista cobra una inusitada
importancia cuando indaga en la culpa y la responsabilidad del compromiso
social adquirido dentro de su particular contexto. De esta misma forma su obra
deviene cargada de protervias relacionales con implicaciones que, lejos de
confinarlo en iconos superfluos de belleza y exégesis, la inscriben dentro de
territorialidades conflictivas de gran alcance y pertinencia.
El poder enmarcado en estrategias de
manejo, manipulación, política y seducción, se presenta en el acontecimiento
estético de esta muestra, como lugar incómodo para la academia, el sistema
institucional y la función del profesor como signo de autotransferencia.
Oscar Orozco plantea el humor con base en
la búsqueda alegórica de un pene de artista bajo la campaña publicitaria, mezcla
del panfleto y el diseño arte digital. Con ello alerta la fragilidad del
significado del ser artista y la destitución del icono seudo-revolucionario
vanguardista del genio artista moderno.
Daniel López percibe en la imagen del
político un señuelo donde las mayorías abrigan con confianza las solicitudes
insatisfechas, los proyectos y el bienestar. Para López, la fuerza del político reemplaza el poder
mesiánico desde el abuso y la corrupción, por ello se convierte en materia de
critica, que no sólo atañe a la estructura general de la administración del
gobierno, sino que sirve como metáfora efectiva contra el funcionario, la
escuela y la investigación.
Hugo Grajales usa lo fotográfico como un
marco de ambigüedad entre lo bello ideal paisajístico heredero de la tradición
pictórica del romanticismo, el drama del
motivo y una cierta pretensión cáustica de denuncia. El espectador coloca su
atención frente al estímulo técnico y semántico del recorrido del agua con sus
efectos lumínicos así como de movimiento detenido en la ilusión. Mientras eso
sucede algo extraño emerge a manera referencial cuando parte de un cuerpo
humano inerme cobra significado: el pie evidencia la desaparición, la muerte,
el rastro de la víctima.
Alejandro Granada recurre al objeto en su
direccionalidad de imagen colombiana. Se trata de un machete con impresiones
serigráficas, donde se activa la multiplicidad de copias, pero no tanto de un
original impreso de alguna obra de arte , sino
de la repetición como lugar de lo siniestro. Los machetazos desbastan
cabezas, manos, torsos, pero también malas prácticas y herencias desafortunadas
del arte y la academia.
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