miércoles, 3 de diciembre de 2014

Matemática, arte religante. Juan Carlos Salcedo



Que el arte usualmente se asuma como operaciones matemáticas simples representadas en adiciones o sustracciones es algo que salta a la vista. En el arte los creadores se sienten libres de introducir o eliminar elementos dentro de complejas operaciones conceptuales mediadas por sistemas, sentimientos y maneras de hacer.

El artista suma con profundo sentido religioso porque su intención consiste en volver a unir cuidadosamente aspectos que se resisten a la presión contemporánea impuesta por la fragmentación como aquella gran tradición heredada de la modernidad.

Cuando suma con base en adiciones dubitativas de igual manera sustrae para evitar el peso gravitacional de la línea de tierra, pero también la gravedad condicionada de las cosas provenientes de la cotidianidad.

Nos encontramos en una época marcada por juegos de oposiciones en diferentes direcciones, lo débil se opone a lo fuerte, lo pesado a lo liviano, la velocidad a lo despacioso y como resultado no nos queda otro camino que la experiencia.
Con cada obra de arte el espectador desprevenido se enfrenta a líneas tensionantes las cuales le exigen en su trasegar respuestas de corto y largo alcance, algunas de ellas logran continuar su proceso obrador en sí mismo, es decir, crean transformaciones donde por lo general uno como parte del juego relacional sigue quitando y poniendo en múltiples posibilidades, diría yo, hasta la obsesión, hasta la idea fija.

La obra de arte cuando es significativa construye dentro de nosotros aquella angustia que nos impulsa a seguir tras la huella, insistir intentando dar en la diana, tanto así, que cada fallo se presenta como una nueva oportunidad de lanzamiento.

Sumar y restar desde el arte fortalece la idea increíble del proyecto como aparato de pensamiento regenerador, con el cual lanzamos piedras cada vez más lejos con la intención de traspasar tiempos históricos a través de la fuerza propia de la idea o el mensaje epistolar. El artista a la final con su obra va colocando timbres y sellos producto de su energía en clave de apostilla, certificado de su laboratorio matemático en imagen.

La obra de Juan Carlos Salcedo expuesta en el Muro Líquido (noviembre – diciembre 2014) instaura lo invertido entendido como negación a la regularidad al tiempo, pero también al recorrido y si se me pide más, diría a la linealidad inscrita en cierto tipo de belleza.

Veamos, el tiempo surge como un reloj cuyas manijas corren en sentido inverso, una acción de retraso cargada de nostalgia hasta las lagrimas, ya que nos devuelve en el tiempo sin caducidad para ofrendar nuevos espacios de comunión. Ese extraño aparato de medición contiene una pintura muy cercana a las impresionantes cargas de aquel  Van Gogh dedicado a estudiar la geometría de lo natural.  

El montaje proporciona lecturas concatenadas, es decir, sugieren estadios constructivos para dar como resultado un terrible autorretrato madona con niño; cada elemento ha sido organizado como pasos a seguir entre los cuales no es posible retroceso alguno, desviación en el camino. Cuando intuimos la trampa procesional ya es demasiado tarde, el tiempo ha pasado, hemos perdido minutos valiosos, entonces todo se da en la continuidad, acabar el recorrido, terminar enfrentados a las naturalezas anónimas y monstruosas de aquellos personajes del rechazo: padre asesino y niño blasfemia, donde lo bello sublime no cabe dentro de los discursos actuales.

El artista explosiona la belleza desde su interior convulsionado y de nuevo miles de piezas de recorte han quedado esparcidas a la espera de nuevas operaciones matemáticas de comprensión.


PhD Oscar Salamanca /diciembre 2014.

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